La primera vez que viajó a ParÃs pudo pintar el asombro sin problemas. Era la emoción que estuvo presente con ella durante todos los dÃas que pasó allÃ, y se hacÃa incluso mayor a cada momento, con cada cosa nueva que encontraba.Â
Pero una vez decidió que querÃa pintar la impotencia y entonces fue diferente. Tuvo que salir sola a la calle varias noches seguidas, hasta que al fin un hombre se ofreció a llevarla en su auto. Lo miró y descubrió fácilmente la intención en sus ojos, por lo que aceptó.Â
Antes de darse cuenta de esto ella solÃa pintar la ciudad en la que vivÃa, pero ninguna de esas pinturas hablaba. ¿Cómo podrÃan? Incluso si el lugar tenÃa alguna historia que contar, ella no la conocÃa. Sin embargo, la noche en que oyó cómo su alcoholizado padre golpeaba a su madre, ella decidió representar angustia en un cuadro. Cuando terminó, el lienzo comenzó a describir su historia y sus sentimientos a la perfección; una y otra vez.
Aterrada corrió a buscar a su madre para mostrárselo, pero la mujer no escuchaba nada. Nadie podÃa escucharlo más que ella misma. Más tarde se dio cuenta de que eso sucedÃa porque nadie más conocÃa su historia, ni cómo se sentÃa.
Desde ese dÃa en adelante, ella pintó cada sentimiento que querÃa recordar para siempre. Y ahora mismo estaba intentando pintar su última aventura.
Luego de tantas pinturas (trescientas veinticuatro para ser precisos, aunque la mitad habÃan sido estúpidos encargos de la galerÃa) ella decidió pintar la mayor experiencia que podÃa retratar: la muerte.
En cuanto la idea se le vino a la cabeza, supo que tenÃa que planearlo todo con detenimiento. Obviamente no podÃa morir de verdad, pero eso solo lo hacÃa mucho más desafiante. TenÃa que encontrar una manera de ser rescatada y, al mismo tiempo, convencerse a sà misma de que morirÃa.
Pasó semanas considerando distintas alternativas. Tomar pastillas o abrirse las venas eran muertes lentas y dolorosas. Además, si sabÃa que iba a ser rescatada, no sentirÃa la desesperación que necesitaba. Un accidente de auto era muy arriesgado; un incendio o ahogarse, demasiado complicado. Por fortuna, mientras consideraba ahogarse, tuvo la solución perfecta: ahorcarse.
No fue difÃcil hacer los preparativos. Primero, llamó a emergencias en tres ocasiones y esperó fuera de su casa para advertir cuánto tardaban en llegar a escena. Luego, buscó la información sobre el tiempo que le toma a una persona morir sofocada y cómo atar un nudo apropiado.Â
Buscó por todas las habitaciones hasta dar con una viga que podÃa aguantar su peso al colgarse de ella y, finalmente, compró la cuerda, una mesa sobre la que pararse, para asegurar que no se romperÃa el cuello, y encontró una forma de asegurarse que podÃa patearla lo suficientemente lejos como para no poder volver a pararse sobre ella.
Tras prepararlo todo, eligió un dÃa y llevó a cabo el plan.Â
Llamó a emergencias por un intento de suicidio, les dio su nombre y dirección, luego contó los minutos necesarios mientras se acomodaba, parándose sobre la plataforma y ajustándose la soga al cuello, hasta que llegó el momento exacto. Saltó pateando la mesa lo más lejos posible.
–¡Eso es! –exclamó.
Haber revisado todo el proceso de ahorcarse finalmente le dio la idea que necesitaba para hacer el cuadro.
Tomó el pincel y lo sumergió en el óleo. No más bosquejos a lápiz.Â
Entonces, por primera vez, le prestó atención a su alrededor. No era su departamento en Francia. De hecho, no era siquiera una habitación. Estaba sola en espacio completamente negro, en el que no veÃa nada más que sus instrumentos de pintura.Â