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  • Foto del escritorLuna G.

La Conversión de Damon

El sol estuvo alto ese día, e incluso cuando las nubes lo cubrían cada tanto, sus rayos resultaron abrasadores. El peor clima posible para el tipo de trabajo que le tocaba. Aun así, era la temporada en que más personas decidían mudarse.

Nate se sentaba en el asiento del acompañante en el camión, junto con sus tres compañeros. Su uniforme, una fea playera amarilla con el logo de la compañía en el pecho, estaba ya empapado en sudor. Los brazos le dolían casi tanto como su espalda, pero al menos la noche empezaba a caer, el viento soplaba más fresco y solo le quedaba una casa más.

En cuanto terminaron de bajar los últimos muebles, cerraron las compuertas del camión y todos soltaron un soplido de alivio. Subieron al transporte una última vez para regresar a la central y dar por terminado el día.

En el camino, el ruido del motor se superponía con la conversación de los hombres sobre ir a un bar para escapar de sus esposas e hijos un tiempo más. Nate era el más joven entre ellos, con solo veintiún años. El que lo seguía en edad era Theo, unos tres años mayor, aunque ni una familia de la que Nate supiera.

—¿Vas a sumarte esta vez? —Theo de repente tenía sus ojos azules sobre él.

Ellos hablaban de vez en cuando, pero a Nate siempre le sorprendía cuando el muchacho le dirigía su atención. Theo tenía la apariencia del tipo de chico que atraía miradas a donde fuera. Alto, musculoso, con un cabello castaño que se enrulaba cuando crecía mucho y un rostro anguloso. Sin embargo, actuaba como si no tuviese noción de sus generosos atributos.

Nate tenía la misma altura, solo que su cuerpo era delgaducho aun cuando sus músculos se marcaban debido al trabajo. Él era del tipo que nunca ganaba mucho peso. Su piel no era blanca como la Theo, sino negra. Sus ojos eran grandes y de un marrón aburrido, y sus labios demasiado gruesos en comparación a los de cualquier hombre que conocía.

—No, no lo creo. Debería volver —respondió lo mismo que decía todas las veces.

—No puedes pasar todas las noches solo —le criticó Noah, el mayor de ellos y quien más buscaba escapar de su hogar—. Ven con nosotros a ver si consigues alguna chica con la que ir a casa.

—Y ruega que Noah no la espante —bromeó Mark.

Los cuatro se rieron de su chiste, aunque Nate lo hizo más por la ironía de lo que ellos desconocían sobre él.

—No, pero en serio —continuó Theo—. Vives solo en tu departamento, ¿por qué no vienes a divertirte un poco?

Por un instante, él pensó en lo que ocurriría si se tomaba una noche libre. No recordaba la última vez que lo había hecho, incluso dudaba si hubo una ocasión en la que se dejó descansar. Sin embargo, le era imposible imaginarlo. Sabía que se pasaría todo el tiempo preocupado.

—Quizás la próxima —dijo al final.

Mark y Noah lo abuchearon por eso; poco le afectó. Llegaron a la central, recogieron sus pertenencias y él se preparó para ir a atender sus otras responsabilidades. Theo fue el único en despedirlo, a lo que Nate solo pudo responder con un saludo incómodo.

Había muchas razones por las que no quería que el muchacho se diera cuenta de lo que le provocaba. La primera era que no creía que Theo tuviese ningún interés en él. Desde su perspectiva, era seguro que solo estaba siendo amable. La segunda, por otro lado, tenía que ver con que él confiaba poco y nada en las personas. Había aprendido que incluso las más agradables podían esconder secretos o intenciones maliciosas. 

A Nate no le importaba mucho lo que le sucediese, pero tenía alguien a quien proteger. Una persona por la que era capaz de mentirle a cualquiera, con tal de que no supieran de ella y, por ende, no pudiesen acercársele.

—¿Día pesado? —inquirió Jeff, el portero a cargo de la entrada principal.

Nate se encogió de hombros mientras pasaba por al lado— Lo usual.

—Sabes... —El hombre lo detuvo a medio camino—. Te mereces mucho más que un trabajo como este. Con todo lo que haces, la paga es bastante miserable e... imagino que apenas alcanza para mantener dos personas.

Él arrugo las cejas y entrecerró los ojos, mirándolo suspicaz.

—¿Qué personas?

Jeff esbozó una leve sonrisa, que se marcó entre sus arrugas y barba blanca. Era un hombre robusto, que se veía cerca de los setenta. Lo saludaba siempre que él salía, pero nunca habían hablado mucho en todo el año que Nate llevaba ahí, por lo que no comprendía a qué se refería. Al fin y al cabo, era imposible que supiese de ella.

—Llevas demasiado tiempo haciéndote de menos —explicó el hombre—. No mereces una vida en la que solo existan ustedes dos. Hay personas en las que puedes confiar y que podrían ayudarte, gente con el poder de darte un nuevo comienzo.

—¿Qué, otro trabajo? —cuestionó él. Jeff negó con la cabeza, aunque Nate lo interrumpió antes de que pudiese volver a hablar—. Lo que sea, no me interesa. Dime de qué dos personas estás hablando.

El portero bajó un poco la cabeza, mas no su mirada, como si intentara parecer inocente, que solo se preocupaba por él.

—La vida que quieres darle a tu hermana nunca estará a tu alcance en tus circunstancias, por eso quiero ofrecerte una mejor oportunidad.

—¡¿Cómo sabes sobre ella?!

A pesar del acto de Jeff, Nate no tardó en sobresaltarse y sujetarlo del cuello de su camisa azul con ambas manos, echando su mochila al suelo en el proceso. Que ese hombre estuviese al tanto de su situación, cuando nadie más en la empresa lo sabía, solo lo hacía sentirse amenazado.

—Te prometo que lo único que quiero es ayudarte, porque te mereces algo mejor —se defendió el portero sin intentar alejarlo—. Esta noche, a las doce, ve a la estación donde siempre bajas. Yo mismo te acompañaré a conocer a mis amigos.

Nate no podía pensar en lo que estarían buscando de él. Si sabían sobre su hermana, debían estar al tanto de que no ellos no tenían nada de valor; pronto dio con una respuesta.

—Quieres que la lleve, ¿no es cierto? ¿Qué piensas hacer con ella, ponerle tus sucias y viejas manos encima? ¿Crees que estoy tan desesperado por dinero como para venderla?

Jeff solo negó con la cabeza ante sus acusaciones, aunque no por eso Nate aflojó su agarre.

—No necesitas traerla y nadie busca hacerles daño. Créeme cuando te digo que esta es una oportunidad única. —De repente, puso una expresión melancólica, de lástima— No llegarás lejos tú solo y lo sabes.

Él lo liberó, conteniendo el deseo de golpearlo. Se le quedó viendo lleno de furia, con un toque de miedo, miedo de lo que el hombre en verdad pretendía.

—¿No estás cansado, Nate? —Jeff volvió a hablarle con suavidad—. ¿De verla tan miserable y de serlo tú también? ¿No quieres huir de una vez?

Nate respiró con dificultad. La cara de su hermana se le vino a la mente, con todo el resentimiento y pesar que ya tenía marcado en su expresión como si fuesen parte de ella, como si no conociese otra emoción. Y él sabía que cargaba con la responsabilidad de devolverle su sonrisa; era su deber protegerla de las personas.

—Mañana renunciaré —anunció luego de unos segundos de silencio—, y si alguna vez llego a verte cerca de mí o de ella, me aseguraré de que no puedas volver a levantarte.

Recogió su mochila del piso y atravesó la puerta de cristal. En poco tiempo, estaba lo suficientemente lejos como para no distinguir el edificio de apenas cuatro pisos. Sin embargo, alcanzó a distinguir a sus compañeros a lo lejos, caminando mientras hablaban y reían a carcajadas. Debieron haber salido por la parte de atrás, gracias a lo cual se perdieron el intercambio de él y Jeff.

El mirarlos se sentía como si la realidad le recordara de todo lo que se perdía, de los lujos que no podía darse debido a su situación. Llevaba casi diez años cuidando por sí solo a su hermana y, aun así, se dio cuenta de que seguía tan lejos de poder hacerla feliz como antes.

Con un suspiro, ignoró la imagen frente a él para doblar hacia el otro lado.

El camino en autobús fue bastante ruidoso, aunque no pudo estar más agradecido de que al menos consiguió un lugar para sentarse y descansar su espalda. Pese a su fatiga, nunca se perdía de oír la voz anunciando que llegaba a su parada. Desde allí, le quedaba una caminata de diez minutos con su mochila al hombro. 

El parque aún tenía gente caminando de la mano, niños jugando y adolescentes riéndose a las carcajadas mientras bebían. Él solo necesitaba seguir el camino marcado por la laguna. El agua se encontraba inquieta debido al viento veraniego que soplaba por las noches. Las luces de los autos y edificios se veían reflejadas en él, mas no la Luna. Nate pronto notó que la Luna estaba oculta a pesar del cielo despejado. Por más que buscó, no pudo encontrarla. Debido a eso, cuando se desvió para adentrarse en las callejuelas, fue como si estuviera solo.

El viento sopló más fuerte, e incluso a una cuadra, el ruido del agua se oía nítidamente. La agitación del clima con la oscuridad del cielo parecía contribuir a su desasosiego, por lo que decidió acelerar su paso. A pesar de las luces de la calle, él sentía que lo único que lo rodeaba era oscuridad, sombras en las que podía esconderse alguien con la intención de dañarlo. Cualquier sonido lo sobresaltaba, y su mirada se clavaba en cada persona que pasaba cerca hasta que se alejaban de él.

Su mente estaba tan distraída que hasta se sorprendió al alcanzar su destino tan pronto. Por un segundo sintió que no llegaría.

Por fuera, el orfanato era uno de esos edificios antiguos que escasean en pueblos como Bromley, lo cual hace que todos curioseen al pasar. Seguramente más de uno pensaría que adentro debe verse lujoso como un castillo nuevo, o tenebroso y emocionante como uno antiguo. Pero no era ninguno de los dos. 

Las paredes estaban pintadas de colores pálidos, deprimentes de ver, y el aroma que abundaba era el de los fuertes productos de limpieza. De vez en cuando venían voluntarios a traer comida o regalos, pero la mayoría del tiempo el personal era el mismo. Nate agradecía que no fueran severos como en el anterior, aunque tampoco de los más efusivos. Su trabajo se había vuelto una obligación y ya no tanto un gesto de amabilidad.

Él cerró la puerta detrás de sí al entrar y se quedó viendo hacia afuera a través los cristales que la decoraban. No parecía haber nadie interesado en el edificio, mas eso no lo calmó del todo.

—Ah, Nate. —La voz de Rose lo sobresaltó un instante y su reacción la tomo por sorpresa— ¿Hay algún problema?

—No —respondió de inmediato—, solo estoy algo nervioso.

La encargada de la recepción, quien era la esposa del dueño, le dirigió una mirada de simpatía. Tenía unos cuarenta años, aunque semejaba menos. Su cabello rojo estaba siempre atado y sus atuendos no variaban del conjunto de jeans y una camisa.

—Imagino que sí —dijo la mujer; sin saber lo que realmente lo tenía inquieto—. Solo le quedan un par de semanas. ¿Cómo va tu trabajo?

Su comentario le recordó a Nate algo que olvidó al momento de afirmar que renunciaría: era el peor momento para hacerlo. En verdad nunca sería conveniente, pero antes al menos tenían un hogar asegurado. Esta vez, su hermana estaba cerca de cumplir los dieciocho, lo cual implicaba que su lugar en el orfanato ya no sería un derecho.

Él sabía que no los dejarían en la calle; de igual manera, quería ya tener una casa para ambos. Estaba cerca de ello, mas sería imposible si dejaba su empleo. Nunca habían tenido suerte con familias que buscaban adoptar. Estas no querían lidiar con las necesidades que alguien como su hermana requería o le tenían pena, pero no podían mantenerlos a ambos.

Al pensar en ello, resopló y apoyó una mano por la pared.

—Está bien, solo cansador.

—Mh —contestó Rose, distraída con unos papeles en su escritorio.

—¿Cómo estuvo hoy? —inquirió, temiendo por un instante la respuesta.

—Callada y distante, como siempre.

Rose sentía cierto apego por algunos de los huérfanos, pero su hermana no era el caso y él no la culpaba. Nadie conseguía sacarle muchas palabras, menos aún simpáticas.

Nate se despidió de Rose y recorrió el pasillo hasta doblar a la izquierda. A solo unos pasos, se encontraba la habitación donde su hermana dormía. La puerta estaba abierta y las conversaciones de las demás jóvenes que también descansaban allí se oían desde afuera. 

Él decidió curiosear por un segundo antes de entrar. Debido a que casi era la hora de cenar, todas estaban arreglándose un poco luego del típico jueves de deportes. Una de las chicas le ofreció a su hermana ayudarla con su cabello, pero ella se negó al instante. Al ver eso, él suspiró y se decidió a entrar.

—Hola, chicas —saludó al entrar.

Eran un total de seis jóvenes y todas se voltearon para devolverle el saludo con una sonrisa. Sus edades iban desde los once hasta los quince, lo cual se notaba en la manera en que conversaban. A pesar de sus circunstancias, eran bastante inquietas y se emocionaban fácilmente. Podían ser algo egoístas a veces, pero más con las otras chicas del orfanato que entre ellas.

La cama de su hermana, en donde ella se encontraba sentada de piernas cruzadas, estaba en la esquina junto a la puerta.

—Hola, Layla —le dijo suavizando su voz, mas ella ni siquiera movió su cabeza.

Sus ojos marrones estaban clavados en sus sábanas de color rosa. Su mirada tan perdida como el día en que nació, por culpa de la ceguera que heredó del padre que no compartían. Su cabello negro y frizado ya le llegaba a los hombros, luego de que ella misma decidió cortárselo unos días antes y terminar con una herida en el cuello. Era alta y, debido a lo poco que comía, más delgada de lo normal.

Nate dejó su mochila en suelo antes de arrodillarse junto a su cama. Acarició su cabello como un gesto de cariño, pero Layla lo sujetó de la muñeca.

—Te dije que la herida ya se fue —se quejó.

Él no estaba sorprendido de que supiera lo que estaba buscando. Su hermana no se cortaba de la forma que muchas personas con depresión u otros problemas solían hacer, pero tenía una tendencia a hacer cosas en las que terminaba herida; debido a su falta de visión. Incluso si sabía manejarse sola para la mayoría de las actividades, aún podía ser algo torpe.

—¿No te hiciste alguna nueva hoy? —inquirió Nate, a lo que ella ladeó la cabeza molesta.

—Estuvo con Nick en la biblioteca —respondió una de las chicas.

Él le agradeció y devolvió su mirada a Layla. Ella había comenzado a estudiar braille unos meses antes, por lo cual estaba agradecido. Le pareció una muy buena señal que quisiese aprender algo nuevo, incluso si lamentaba no poder ayudarle.

—¿Avanzaste con tu lectura?

—No, Nate. Solo desperdicié todo mi día —replicó Layla mientras se levantaba de la cama y se calzaba los zapatos que tenía a un lado—. Ya es hora de cenar, vamos.

Salió apresurada de la habitación. Sus jeans viejos hacían ruido por la fricción y él seguía notando lo corto que le iba su sweater rojo, que tenía desde hacía años. Nate fue detrás de ella y se cruzó con Rose en el camino, quien también se dirigía hacia el comedor.

—Rose, escucha —la detuvo tocándole el brazo—. Iba a traer algo para mí hoy, pero lo olvidé.

—Está bien, sírvete —contestó ella sin darle mucha importancia.

Él le agradeció y la siguió hasta el comedor. La mayoría de los huérfanos ya estaban allí, impacientes por la comida y revoltosos como era usual. En la entrada, Nate distinguió al profesor de braille de su hermana cerca y decidió hablarle.

—Oye, Nick. Solo quería agradecerte por las clases.

—No te preocupes, no es nada —le respondió con una blanca sonrisa.

Nick era joven, solo un par de años mayor que él, y siempre había sido amable y generoso. Llevaba poco tiempo trabajando en el orfanato; aun así, se veía como alguien a quien todos querrían tener cerca por mucho tiempo, en especial los chicos.

Todos se juntaron en las mesas para comer. Esa noche tenían algo de pollo con verduras, lo cual sabía igual que cuando él vivía allí. En cierta manera, el orfanato aún era su casa, pero él intentaba no pedirles nada que fuera para sí mismo. Incluso dormía en el suelo para no ocupar una cama. Después de todo, su cumpleaños número dieciocho fue hace tres años.

Esa velada transcurrió igual que las otras. Su hermana no habló con nadie durante la cena y él ya no se ofrecía a ayudarla si ella derramaba algo; porque sabía que lo rechazaría, aunque no por eso dejaba de alcanzarle una servilleta. Luego de la comida, todos fueron a sus cuartos y Nate se instaló en el suelo junto a Layla.

Debido a que algunas de las chicas tenían miedo a la oscuridad, era común que en todos los cuartos quedara alguna lámpara encendida toda la noche. Él se quedó viendo esa luz cuando todas se durmieron, pensó en la manera en que algo tan minúsculo podía alejar el miedo a lo desconocido tan fácilmente. 

Recordó cómo él mismo se acobardó esa noche al ver que no había Luna, la forma en que eso empeoró su paranoia, como si aquella fuese siempre la única iluminación en su camino. Miró a su hermana dormir y pensó en que ella había vivido toda su vida en la oscuridad, sin ni una luz que la ayudara a alejar sus miedos.

Ese pensamiento le recordó lo que Jeff le había ofrecido esa noche. Por un lado, Nate no le creía ni una palabra; por otro, era cierto que él no estaba cerca de darle a Layla una vida de lujos, ni siquiera algo de seguridad o ayuda para que ella pudiese manejarse mejor por su cuenta. 

Era un hecho con el que vivía todos los días, aunque trataba de no enfocarse en él. No obstante, en ese momento el pensamiento le carcomía la cabeza, porque no llevaban unos días de fuga, ni siquiera unos meses, sino nueve años. Nueve años sin un techo ni cama que les perteneciera, sin una persona sobre la que apoyarse en los momentos difíciles.

Mirando el reloj se dio cuenta de que pasó una hora cuestionándose a sí mismo sin llegar a ninguna decisión. Se hartó y decidió ponerse de pie. Observó a su hermana unos instantes, hasta que eligió buscar sus tenis viejos.

Quería arroparla y despedirse de ella, pero temía despertarla. Por esa razón, se marchó sin decir nada, llevando nada más que su teléfono consigo. Más que comprobar que no se arrepentiría de rechazar la oferta, sentía que era imperativo averiguar cómo Jeff supo sobre Layla.

Caminó hasta la parada del autobús tratando de ignorar la oscuridad del cielo, de enfocarse en las luces de los faroles. El camino se le hizo más largo que antes, sintió como si no se acabara nunca. Pero eventualmente alcanzó la laguna; a la distancia, ya pudo ver a dos hombres en el sitio al que se dirigía.

Respiró profundo y guardó las manos en los bolsillos, donde siempre guardaba su cuchillo plegable por si acaso. Se acercó a ellos para descubrir que uno era el mismo Jeff, quien le sonrió al verlo.

—Me alegra que aceptaras.

—No acepté nada —refutó Nate—. Quiero saber cómo supiste sobre mi hermana y por qué me siguieron.

—Frank es generoso —le explicó el portero—, pero no hace caridad para cualquiera. Busca a quienes lo merecen.

—¿Caridad? —bufó—. ¿Crees que necesito de su caridad? No me importa lo que tenga ese Frank, no lo quiero.

—Di eso luego de que hayas visto lo que tiene para ofrecer —respondió el hombre que acompañaba a Jeff, señalando el auto junto a ellos.

Nate lo miró bien. Era un tipo de casi cincuenta años, delgado y con una barba que no alcanzaba a cubrir la enorme cicatriz a un lado de su cuello. Aunque ninguno de los dos le provocaba confianza, tampoco parecían tener el físico para vencerlo. Él se había metido en riñas con sujetos mucho más fuertes que ellos.

El vehículo que usaban tampoco era la gran cosa. Un viejo Chevrolet que alguna vez debió haber sido blanco. Era tan antiguo que a él le costaba creer que siquiera funcionara. Los miró a ambos y meditó por un instante.

—Muéstrenme sus bolsillos —les ordenó.

Estaba seguro de que se negarían, pero ninguno objetó. Le mostraron incluso los de sus cardiganes, que a Nate le sorprendía que usaran en el calor del verano. Pese a sus sospechas, no cargaban nada que pudiese dañarlo.

—¿Confiarás en nosotros ahora? —inquirió el hombre de la cicatriz luego de obedecer todos sus pedidos de mala gana.

Nate miró a Jeff fijamente— ¿Prometes que cumplirás con tu palabra?

Él se llevó una mano al pecho— No te arrepentirás.

Suspiró al no encontrar más razón para desconfiar y accedió a un viaje con ellos. Pidió ir atrás para vigilarlos a ambos, además de que podía escapar fácilmente desde ahí. Al comienzo se mantuvo tranquilo, pero en cuanto el auto se metió a la ruta para salir de la ciudad, él volvió a inquietarse.

No dijo nada por varios minutos, mas en cierto momento ya no pudo mantenerse callado. No pasaba mucho antes de que se cruzaran algún pueblo; eso no quitaba que la mayoría del camino atravesaba grandes campos desiertos.

—¿A dónde vamos y quién es ese Frank que mencionaron?

—Ya falta poco para llegar —respondió el hombre de la cicatriz mientras conducía—. Aunque el lugar al que nos dirigimos no está en ninguna ciudad.

—Y Frank es quien está a cargo de todos nosotros —agregó Jeff.

Nate tragó pesado, ya arrepintiéndose de su decisión. Sin embargo, tal y como le dijeron, no pasó mucho tiempo hasta que vio algo en medio del vasto campo al que se metieron. Parecía una mansión que fue azotada por bombas, demacrada y con varias partes destruidas, pero por más que buscara, no podía ver a nadie adentro, por lo que continuó alterado.

Finalmente el auto se detuvo, aunque solo Jeff se bajó. Nate lo observó caminar al frente del vehículo y jalar una puerta metálica que no se veía desde afuera. El hombre de la cicatriz condujo para bajar por la pendiente que se ocultaba allí. 

Fueron algunos metros cuesta abajo hasta que se detuvo, en una habitación donde había una camioneta y candelabros en las paredes para la iluminación. Los muros estaban hechos de ladrillos grises sin pintar y el aire que se respiraba era casi sofocante, inundado por el olor a humedad y moho.

Él escuchó el ruido de la puerta por la que entraron cerrándose y, pronto, Jeff apareció por el mismo camino por el que ellos habían llegado.

—¿Qué diablos es este lugar? —inquirió Nate bajándose del auto.

—Nuestro hogar —respondió el viejo, como si no tuviese nada de extraño.

—Por aquí —señaló su compañero.

Nate dudó por un instante en el que Jeff decidió acercarse y ponerle una mano en el hombro.

—Luego de venir hasta aquí, no puedes irte sin al menos haber echado un vistazo.

—No lo sé —respondió él—. En donde estamos al menos puedo robarles la llave y huir con facilidad.

De repente, el sonido de una risa baja, y algo golpeando el piso al ritmo de unos pasos, los interrumpió. Desde el pasillo que le habían señalado pudo divisar a un hombre alto y más robusto que Jeff, más imponente también. Caminó hacia ellos de manera firme pero elegante, apoyándose en un bastón negro. Cuando se asomó a la luz, Nate pudo ver que era calvo, de unos cuarenta o cincuenta años y con un traje anticuado pese a que se veía como nuevo.

—Es difícil culparte por pensar así —habló—. Yo mismo suelo luchar para convencerme de bajar aquí cada vez que salgo; por desgracia es la única opción que tenemos.

Su acento sonaba como el de los actores en obras de Shakespeare, y su tono y porte también lo hacían ver como un aristócrata, o un viejo con problemas.

—Creo que tuve suficiente de esto —afirmó Nate antes de voltearse hacia la salida.

—¿Qué tan bien fue todo la última vez que huiste? —inquirió el gordo del bastón, lo que lo obligó a detenerse—. ¿Con cuánta frecuencia deseas que las cosas hubiesen sido distintas? Tal vez haberte tomado tu tiempo para planearlo mejor.

Él resopló y volvió a verlo. Si ellos habían descubierto a su hermana, no le sorprendía que supieran cómo acabaron así.

—¿Tú eres Frank? ¿Eres para el que trabajan? —preguntó ladeando la cabeza hacia los dos hombres que lo habían llevado allí.

—Nadie aquí trabaja para mí. Yo les ofrezco un refugio y ellos me devuelven el favor, si lo desean, de la forma que eligen.

—¿Y eso es lo que quieren darme? Porque preferiría vivir en cualquier lugar que no sea este... calabozo.

Luchó para decir la palabra, aunque por ridículo que sonara, en verdad sentía que estaba en el escenario de una novela antigua.

—No —Frank negó con la cabeza—. Hay algo mucho mayor que le ofrezco a los que tienen el valor, a aquellos con un ferviente deseo de vivir y de proteger a otros. Es la razón de que todos estemos aquí, lo que nos motiva. Si me permites, puedo enseñártelo. Lo que decidas luego no será cuestionado por nadie, lo prometo.

—¿Incluso si decido largarme? —cuestionó.

—Por supuesto. No es algo que impondría sobre nadie.

Nate sentía el impulso de marcharse de todas formas, pero ya había llegado bastante lejos y reconocía que nadie allí mostraba intenciones de forzarlo a nada. Ninguno de los tres hombres tenía una apariencia que le resultara amenazante, por lo que resopló y se resignó a seguir al gordo del bastón.

Todos caminaron, uno detrás del otro, por un pasillo en donde la humedad se concentraba y provocaba goteras que dejaban charcos en el piso. El agua hacía ruido con sus pasos, resonaba como un eco en el silencio y causaba escalofríos en él. 

Fueron unos pocos metros que se sintieron eternos, hasta que alcanzaron el corazón del lugar. Entraron en una zona con forma de círculo. Varios pasillos comenzaban allí y arriba se veían cuatro pisos de galerías vacías. Todas las paredes eran de los mismos ladrillos grises, decoradas con nada más que candelabros para la iluminación.

Sin embargo, lo que consiguió que Nate comprendiera a qué se debía todo ese misterio y teatro fue el hexagrama dibujado en el suelo. Estaba en medio del salón, tallado en color rojo sobre las piedras del piso.

—Oh, ni lo sueñen —dijo negando con la cabeza.

Ahora lo entendía todo y supo que había caído directo en la trampa. A quien sea que pretendiesen sacrificar, no iba a quedarse para presenciarlo.

Se volteó con velocidad para volver al pasillo por el que había venido, cuando una de las sombras se movió súbitamente y materializó frente a él con la forma de una persona.

El grito que soltó al caerse hacia atrás retumbó en el techo de una manera que podría haberlo avergonzado, de no ser porque estaba muy espantado para darle importancia. Había sido solo un segundo cuando vio esa masa negra moverse y aparecer frente a él. Su cabeza no alcanzaba a comprender cómo sucedió, pero allí estaba. Una mujer pálida, de cabello oscuro y ojos negros hasta la esclerótica. Poseía un rostro consumido por cicatrices y llevaba puesto un vestido azul oscuro.

Nate aún intentaba recuperar su aliento cuando Frank caminó hasta pararse junto a ella, poniéndole una mano en el hombro.

—Esto es lo que ofrezco —habló con tono solemne y voz resonante—. Una habilidad única que te ayudará a superar tu mayor miedo. El de Shade era ser vista, porque quien lo hacía tendía a juzgarla. El fuego le dejó esta apariencia que alejó a tantos e hizo que incluso la luz le resulte aterradora, pero ahora las sombras son sus aliadas.

Él seguía estupefacto. Si le hubieran dicho que iría hasta allí para encontrarse con tales cosas, jamás les habría creído. Quería tratarlos como dementes, aunque él mismo vio a esa mujer salir de nada, la tenía en frente suyo como una pesadilla que se materializó.

—Si así es como voy a terminar, definitivamente no me interesa —alcanzó a decir Nate.

Shade torció la cabeza mirándolo curiosa. No fue un gesto agresivo y aun así se las arregló para sobresaltarlo. Él se dio cuenta de que su cuerpo estaba temblando. Sentía como si ella fuese a abalanzarse sobre él y sumirlo en la pura oscuridad.

—El proceso tiene resultados diferentes para todos —explicó Frank—. En tu caso, sé que tienes problemas para confiar en las personas. Es más difícil salir herido si solo asumes lo peor, ¿cierto? —Dio unos pasos y se arrodilló a su lado, mirándolo a los ojos— Con el poder de una sombra, no temerás a nadie. Proteger a tu hermana nunca será un problema.

Lo que proponía era una locura. Nate no tenía la menor idea de cómo funcionaba todo aquello que le ofrecían, mas no pudo evitar imaginar cuán distinta habría sido su vida si él hubiese tenido habilidades sobrehumanas. Las veces en que tuvo que aguantar palizas para evitar que le robaran algo o se acercaran a Layla. Recibió golpes que aún podía sentir. 

Solo al recordarlo se llenaba de una impotencia que lo asfixiaba, lo poseía el insaciable deseo de devolver cada herida, cada corte y cicatriz.

Apretó los puños y tensó la mandíbula, pero no tardó en recordar lo ridícula que era la idea de obtener poderes mágicos como si fuese el protagonista de una película. En esas historias, los que adquieren habilidades solo para herir a otros eran los villanos, y él había tenido suficiente de ser tratado como una paria en su vida.

Lentamente, tomó un respiro y se puso de pie mirando al suelo.

—Nosotros no necesitamos algún héroe de fantasía —afirmó en voz baja—, solo queremos algo de paz.

Fijó su vista en Frank. El hombre no se notaba molesto ni decepcionado. Asintió con la cabeza y puso ambas manos sobre su bastón.

—En ese caso deberías saber que, aunque no te interesen estos dones, aquí hacemos mucho más que eso.

Apenas terminó su frase, Nate escuchó unos ruidos arriba y alzó la mirada para encontrarse con una gran cantidad de gente observando desde las galerías. 

Eran todas de distintas edades, debían sumar cerca de cincuenta en total. Muchas se veían maltratadas, le parecía ver varias cicatrices o alguna parte de sus cuerpos perdida. Sin embargo, lo que más le sorprendió fue distinguir a algunos de sus viejos compañeros de otro orfanato, crecidos y con el semblante serio.

—Somos una pequeña comunidad de personas que no encajan en el mundo —continuó Frank—. Entre nosotros nos abastecemos y cuidamos. Si alguna vez necesitan un refugio, tendrán uno aquí.

Nate seguía sorprendido de que hubiese tantas personas. Creyó que nadie podría querer vivir en un lugar como ese, aunque no podía estar seguro de que lo que los mantenía allí fuese su propia voluntad. 

Sin darse cuenta, continuó mirando a sus antiguos compañeros incluso cuando Frank acabó de hablar. Una parte de él quería alejarse lo más pronto posible, pero otra era su consciencia diciéndole que debía asegurarse de que no hubiera algo turbio detrás de todo eso. Esos chicos eran tan jóvenes como él, sabía que no dormiría tranquilo pensando que quizás los mantenían bajo amenaza.

—No creo que esto sea para mí —dijo él señalando a la mujer de ojos negros—, pero me gustaría explorar el lugar solo un poco.

—Adelante —le respondió Frank, inclinando la cabeza con demasiada formalidad para su gusto.

Nate ignoró eso y buscó con la mirada hasta encontrar unas escaleras para subir. Mientras lo hacía, comenzó a oír como todas las personas allí charlaban entre ellas, a pesar de que antes se encontraban en completo silencio. Fue como si hubiesen estado observando su decisión con pura curiosidad y ahora les importara muy poco lo que haría.

Él terminó de escalar los peldaños irregulares para al fin llegar al primer piso. Allí, no tardó en encontrar a sus compañeros y se abrió el paso hacia ellos. Los otros testigos que estaban cerca iban de un lado a otro prestándole muy poca atención, lo cual él agradeció.

—Me alegra que nos reconocieras, Nate —le saludó Evan con una sonrisa.

Él era un muchacho de ascendencia japonesa, con rasgos pequeños, un rostro redondo y el cabello negro picudo. También era un par de años mayor, a diferencia de Chris a su lado, quien era menor que Nate, y tanto su piel como cabello y ojos eran de color marrón. 

Al igual que el mayor, se mostró feliz cuando él se les acercó. Nate pensó que era una reacción extraña, luego de ver la seriedad con la que lo estaban mirando durante su charla con Frank.

—¿Hace cuánto que los dos están aquí? —inquirió él.

—Yo estoy aquí desde que salí del orfanato hace dos años —respondió Evan, quien siempre había sido bastante hablador—. Chris lleva un par más aquí, luego de huir de su familia adoptiva.

—¿Huir? 

Nate se sorprendió de oír aquello. A él le pareció que la pareja que adoptó a Chris sería una muy acogedora familia, recordaba incluso haberlo envidiado cuando lo vio marcharse.

Fijó su mirada en el más chico, mas él no le dio ninguna respuesta. Tanto él como Evan se mostraron incómodos ante su pregunta, por lo que el mayor continuó la conversación.

—Es una larga historia, pero tú, ¿cómo ha ido todo desde la última vez que hablamos?

—Nada que valga la pena mencionar. —Nate sacudió la cabeza— Me interesa más saber por qué están en un lugar como este.

—Viniste hasta aquí con Jeff, ¿cierto? —preguntó Evan—. Él también nos encontró a nosotros. Es el único enviado de Frank que trabaja en Bromley. Al principio también nos pareció extraño, pero no teníamos un lugar para quedarnos y pronto descubrimos lo bueno de vivir aquí.

Él arqueó una ceja— Tendrás que explicarme eso, porque me cuesta verlo.

—Sé que se ve muy lúgubre, pero nos cuidamos entre todos. No somos solo un grupo de vagabundos. Frank acoge a los que tienen algún pasado tumultuoso, algo que no nos deja integrarnos o un problema futuro imposible de resolver. Shade, por ejemplo. —Evan señaló a la mujer de aspecto casi vampírico— No solo muchos la rechazaban por su apariencia, sino que el incidente le provocó una enfermedad que iba a matarla. Obtener una sombra le salvó la vida.

—¿Entonces es eso? —interrumpió Nate —. ¿Todos están aquí porque quieren ser como ella?

—No, Frank no le ofrece eso a cualquiera. La mayoría de nosotros queremos ser como él, aprender a unir sombras con humanos.

—Si es tan selectivo que en este momento solo hay una así, ¿por qué me lo ofreció a mí, que ni siquiera soy parte de esto? —inquirió él.

Su pregunta nuevamente pareció incomodar a los muchachos. Evan apretó los labios antes de poder responderle.

—En realidad, hace unos días había tres más como ella. Antes de que los perdamos.

La expresión sombría que puso de repente lo confundió.

—¿Qué les sucedió?

—Lobos —espetó Chris, lo que sorprendió a ambos—. Son agentes a los que no les gustan los portadores de sombras. Esos tres salieron para luchar con ellos y no regresaron.

Su respuesta los dejó en silencio. Ahora Nate tenía aún mayores problemas comprendiendo toda la situación. Oír palabras como “lobos” y “portadores de sombras” le parecía absurdo, como si todos estuviesen montando algún show para burlarse de él.

—Esto ya es demasiado para mí —se quejó—. Si se sienten bien aquí, me alegro, pero yo necesito volver al mundo normal.

Dio media vuelta y se dirigió hacia la escalera por la que había llegado. Sin embargo, antes de bajar el primer escalón alguien lo sujetó del brazo con brusquedad. Se giró para ver a Chris con un extraño semblante, casi enojado.

—Te arrepentirás de no tomar esta oportunidad, Nate. Una sombra es algo más allá de tu imaginación. Que no lo comprendas, no quita el poder que tiene para cambiar tu vida.

Él lo miró, más confundido que nunca.

—Si tanto lo admiras, ¿por qué no le pides a Frank que te dé una?

Chris frunció los labios y su respiración se volvió sonora, como la de un toro a punto de atacar.

—Porque Frank sabe que, si la obtuviese, lo primero que haría sería matar a la familia que me adoptó.

Nate se quedó boquiabierto. La mirada del chico estaba llena de furia, una intensidad que mostraba lo grave de lo que había vivido. Ahora en verdad le preocupaba, tenía aún más interés en conocer lo que le sucedió. Sin embargo, en cuanto dio un paso cerca de él para preguntarle, Chris se alejó corriendo. Estaba claro que no tenía ninguna intención de hablar sobre ello. Miró a Evan, mas él solo fue detrás del otro.

Rendido, decidió marcharse también. Fiel a su palabra, Frank lo dejó irse, solo que esta vez viajó con nadie más que Jeff.

Cuando estuvieron en el auto, ya sobre la ruta de vuelta a Bromley, Nate continuó con las dudas rondando en su cabeza y decidió hablar con su acompañante.

—¿Cuánto tiempo llevas metido allí?

—Quince años —respondió con un toque de orgullo.

La manera en que todos ellos hablaban de su vida allí no dejaba de provocarle curiosidad. Lo narraban como si hablaran de una utopía, pese a que no se parecía en nada a una.

—¿Y por qué decidiste quedarte en ese lugar y no cualquier otro? —continuó Nate.

—Todos los que llegamos allí perdimos mucho o todo, estábamos huyendo o simplemente no teníamos un lugar en la sociedad ordinaria. Existen montones de lugares para aquellos con algo que los separa de la mayoría, este es un poco más especial.

—¿Porque todos están intentando obtener poderes?

Jeff soltó una risa baja.

—¿Qué haría alguien de mi edad con eso? —comentó—. Algunos de nosotros solo queremos ayudar, porque sabemos lo que se siente estar en el pozo. Además, la mayoría de los elegidos son personas cercanas a la muerte, que merecen saber lo que es vivir.

—¿Entonces, por qué yo? —insistió Nate—. No voy a morirme ni tengo algún trauma o problema físico...

—Pero, ¿tienes idea de lo que es vivir? —Jeff lo miró de reojo. Su pregunta lo silenció por un momento— Vives con miedo, aunque no lo reconozcas. Sospechas de todo el mundo y no dejas que nadie se te acerque. El momento ideal para un ritual se acercaba y Frank no estaba convencido de ninguno de los voluntarios, por eso le hablé de ti.

Él arrugó las cejas— ¿Tú le dijiste sobre mí?

—Eres un buen muchacho, Nate. Lo que haces por tu hermana es algo a lo que muy pocos estarían dispuestos, te mereces darte un respiro. Una sombra no te dará una familia, pero te ayudará a superar tu miedo. Cuando consigues eso, el resto es mucho más fácil. Créeme.

El hombre le habló con un tono que tal vez habría sonado paternal. Él no lo sabría debido a que nunca tuvo un padre, mas cuando se encontró a sí mismo desconfiando aún, se dio cuenta de que era cierto; su incapacidad de confiar en las personas era la mayor parte de lo que hacía su vida amarga.

El problema seguía siendo que él no era así por simple elección. Desconfiaba porque hubo más de una vez en la que puso su fe en alguien y acabó traicionado. Conoció personas que pretendieron aceptarlo, pero acabaron huyendo o desapareciendo. Las peores fueron aquellas que buscaron su confianza solo para acercarse a su hermana.

Esas experiencias le dejaron mayores cicatrices que aquellas en las que le demostraron apatía desde el inicio. Quería poder cambiar eso, pero ya era parte de él.

 —La vida que describes suena como algo que cualquiera querría —comentó mirando al suelo—. En la mía, he aprendido que todo lo bueno tiene algo malo. Aunque no acepté la oferta hoy, si lo que dijiste es cierto... te lo agradezco. No recuerdo la última vez que alguien hizo algo por mí.

Trató de no sonar demasiado sentimental, pese a que lo decía en serio. Jeff no respondió y el resto del camino transcurrió en silencio. El auto llegó hasta el mismo lugar desde el que habían partido y allí se detuvo para que él bajara.

—No olvides lo que dijo Frank —Jeff le habló a través de la ventana—. Aunque no quieras una sombra, igual tendrás un hogar allí si lo necesitas. Solo búscame a mí.

Nate asintió y volvió a agradecerle. Realmente no le apetecía llevar a su hermana a un sitio como ese, mas era un consuelo saber que había un lugar a dónde podían huir por un tiempo si fuese necesario.

El vehículo se alejó hasta que él no pudo verlo más, por lo que giró para emprender su camino de vuelta. Esta vez no tuvo miedo del ruido del agua ni las sombras que cubrían las esquinas. Esa noche había descubierto que no existía razón para temerle a la oscuridad, que esta podía ser una aliada incluso mejor que la luz.

A pesar de la calma que sentía en interior, al llegar a su destino, se topó con una conmoción que lo descolocó. 

Afuera del orfanato se encontraba un auto de policía y todos los huérfanos estaban parados en la acera, con algunos vecinos observando desde sus puertas y ventanas también. 

Nate se detuvo por un segundo antes de salir a correr. Los que lo conocían intentaron decirle algo, pero él estaba enfocado en nada más que encontrar a su hermana. La divisó conversando con un oficial y casi se abalanzó sobre ella. La veía, de alguna forma, pequeña. Se agarraba de los hombros y encorvaba la espalda como si estuviese intentando ocultarse, hasta parecía que temblaba.

—¡Layla! ¿Estás bien? ¿Qué sucedió? —la interrogó sujetando sus brazos.

—¡Oye, cuidado! —ordenó el policía—. ¿Quién eres?

—¡Soy su hermano!

El hombre había intentado alejarlo, a lo que Nate reaccionó con violencia. En ese instante, Rose se vino sobre él diciéndole algo para calmarlo, aunque él no la escuchaba.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué están interrogándola? —le preguntó al oficial, mas este se mostró reacio a contestar.

—¡Nate! —lo llamó Rose, finalmente consiguiendo su atención—. Ven conmigo, yo te explicaré.

Él no pretendía alejarse de su hermana, pero por suerte el policía la dejó ir, así que los tres se pusieron a un costado para conversar.

—Layla, ¿estás bien? Dime que ocurrió —pidió Nate.

—Estoy bien. ¡Deja de tocarme! —se quejó ella como respuesta, alejando sus manos.

Pese a que era algo que hacía a menudo, esta vez no parecía ser simple molestia. Layla se veía incómoda y eso solo hizo que el miedo de Nate creciera. Miró a Rose, entonces, esperando que ella le explicara la situación. La mujer tenía un semblante serio y se veía agotada, lo que no ayudaba a hacerlo sentirse mejor.

—Hubo un problema con Nick, ¿de acuerdo? —le dijo la mujer—. Se coló en la habitación de las chicas e intentó llevársela, pero nada ocurrió. Ella se resistió y, gracias a eso, no salieron siquiera del edificio.

Nate pudo sentir como si se le cayera el alma al suelo, de la misma manera en que él descendió hasta quedar de cuclillas. Rose siguió explicándole lo sucedido, le habló de los chicos que lucharon contra el muchacho y le dijo que debía agradecerles; era lo último que él quería hacer. Porque debería haber sido él, se suponía que él estaría a su lado para protegerla.

Recordó esa misma noche, cuando le agradeció a Nick por su ayuda sin sospechar por un instante de él. Le fue tan natural confiar en el muchacho que ni siquiera se dio cuenta de lo que estaba haciendo, y por culpa de eso había dejado a su hermana desprotegida. Hasta se preguntó si Nick intentó hacerle algo antes y ella nunca se lo dijo.

En un impulso de ira, se puso de pie y agarró a Layla de la mano. Ignorando sus protestas y las preguntas de Rose, la llevó hasta su habitación en donde comenzó a juntar las pertenencias de ambos.

—¿A dónde piensas que vamos a ir, Nate? —se quejó Layla.

—Conozco un lugar.

—No existe un lugar que sea completamente seguro y lo sabes. ¿Por qué vamos a huir de nuevo?

Su comentario lo hizo detenerse por un momento para respirar.

—Es cierto —admitió tensando la mandíbula—, pero hay algo que puedo hacer al respecto.

—¿De qué hablas? —cuestionó su hermana mientras él regresaba a su tarea.

No tardó en guardar todo, ya que ellos no poseían muchas cosas, y se giró para volver a agarrar la mano de ella.

—Ya lo sabrás —fue la única respuesta que le dio.

Nate decidió evitar a Rose y el resto de los huérfanos, por lo que salieron hacia el patio y usaron el portón para huir. La Luna seguía oculta, lo cual él agradeció. No le temía a la oscuridad y, por fortuna, su hermana tampoco.

Llegaron hasta la parada de autobús; no había nadie allí. Él ya se temía eso y, debido a que podían faltar horas para que el transporte público volviese a circular, no tuvo otra opción. Intentó convencer a Layla de que se subiera a su espalda, ya que tenían una caminata bastante larga adelante, pero ella se negó y él no quiso perder demasiado tiempo.

Caminaron por cuadras y cuadras, hasta que ella se quejó del cansancio y, esta vez, accedió a que Nate la cargara. Él también comenzó a sentir el agotamiento de un día intenso y sin descanso, mas no le faltó mucho para llegar a su trabajo.

Sintió un tremendo alivio al ver que Jeff se encontraba allí, cumpliendo con su deber de sereno, y el hombre también se alegró de verlo. Se puso de pie al instante para abrirles la puerta. Él creyó que su hermana comentaría algo, hasta que se dio cuenta de que había caído dormida.

—¿Tomaste tu decisión? —inquirió Jeff.

Nate respiró profundo— Sí. Llévame de vuelta.


Layla continuó durmiendo durante todo el camino y Nate agradeció que así fuese. Era de madrugada, se merecía descansar. Mientras tanto, él suprimió todos los bostezos que se le vinieron en el viaje hasta que llegaron a su destino. En cuanto Jeff se bajó para abrir la gran puerta escondida en el pastizal, Nate se giró hacia su hermana.

—Layla, despierta —pidió sacudiéndola un poco—. Llegamos.

Ella respiró profundo y se frotó los ojos con un bostezo.

—¿En dónde estamos?

—En un lugar más seguro —respondió él—. No es muy cómodo, pero no planeo tenernos aquí por mucho. Solo hasta que consiga algo.

—¿Qué cosa?

Nate suspiró, planteándose si contarle todo o no. Por desgracia, Jeff regresó al auto y él supo que no había mucho lugar para explicaciones.

—Te lo diré más adelante, no te preocupes —le aseguró.

El vehículo descendió por la pendiente para entrar en el escondite, donde fueron recibidos por el ambiente frío, húmedo y sofocante. Nate se encargó de ayudar a su hermana a bajar para llevarla adentro. Esta vez, sabía bien a dónde ir y tenía en claro lo que deseaba.

Antes de entrar al oscuro pasillo, sin embargo, se sobresaltó al ver que las sombras se movieron súbitamente. Al poco tiempo, recordó a Shade con su habilidad, por lo que se olvidó de su miedo y continuó avanzando.

Para cuando llegaron hasta el centro del escondite, ya había algo de conmoción en las galerías y el sonido del bastón de Frank se asomaba por otro de los pasillos.

—Nate, ¿qué es este lugar? —preguntó Layla—. Apesta y casi no respiro.

—Lo sé, no te preocupes. Por eso dije que solo conseguiré algo y nos iremos de aquí.

Mientras hablaban, Frank los alcanzó en donde estaban, con Shade pisándole los talones. El gordo lo observó apoyando ambas manos sobre su bastón negro, con ese aire solemne que parecía caracterizarlo.

—Así que, ¿tomaste tu decisión? —inquirió.

Nate se enderezó. Había tenido sus dudas, pero ahora estaba seguro. Lo que dijo Layla era cierto, no existía un lugar en el mundo donde estarían completamente a salvo. Entonces, lo que haría sería convertirse él mismo en ese lugar.

—Sí —respondió con confianza—. Quiero dejar de sentir miedo.



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